martes, 24 de noviembre de 2009

Sobre la fragilidad

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Su destino parecía seguir idéntico curso, ni siquiera ellos mismos se cuestionaran que pudiera suceder de otro modo. No parecían existir el uno sin el otro. Sin embargo, esta tarde aguardaban que el anciano les hablara, que les interrogara hasta conocer y comprender la razón por la que habían roto su compromiso matrimonial tan bruscamente, cuando ya los preparativos para la ceremonia y el banquete estaban culminados, que intentara averiguar quien era el responsable y que, finalmente, procurara convencerles para que todo retornara a su orden natural, correcto.

Pero pasearon de un lado al otro del claustro en prolongado silencio, el anciano flanqueado por Kalen y Kendra, ambos igualmente altos y esbeltos, rubios y bellos, hasta regresar al pequeño jardín que todavía cultivaba con sus manos, y donde una hermosa acacia extendía su sombra sobre un estanque de límpidas aguas. El anciano introdujo una mano en el agua y observó, la superficie quebrada, las ondas que se extendían y multiplicaban.

—Cuando el espejo se rompe, ¿es suya la culpa por ser vidrio o somos nosotros los culpables por no apreciar su fragilidad y manipularlo sin la debida atención y cuidado? —inquirió el maestro—. De igual forma… cuando la amistad, el amor o un alma se rompe, ¿quién es el culpable?

Y con un gesto muy leve indicó a los dos jóvenes que se alejaran.


6 comentarios:

Malena dijo...

Mi querida Wara: Si hay culpa no se debe de pensar mucho en quien es el culpable. Indudablemente del que no supo valorar el tesoro que tenía entre sus manos. Hay joyas en este mundo que hay que saber valorar y tratarlas con toda la delicadeza del mundo. La clave está en valorar lo que apreciamos ¿y que mejores joyas que la amistad, el amor o el alma?

Hay siempre serenidad en tus palabras, Wara.

Mil besos y mil rosas.

Wara dijo...

Yo tampoco quiero pensar en la existencia de culpa, más bien sería un descuido, y tantas veces involuntario, o el dar por hecho algo que tenemos, alguien que está ahí hasta que ya no está.

Besos, Malena, muchísimas gracias.

Jenn Díaz dijo...

Tengo la sensación de que, tus cuentos, sean largos o cortos, siempre son exactos y perfectos. Creo que dices lo que hay que decir y cómo lo hay que decir. No le sobra nada a este cuento, ni le falta. Y es una sensación que siempre tengo al venir aquí. Este cuento debía ser contado así, parece que obedeces a algún tipo de fórmula. Me gusta mucho. Y el título creo que está muy bien encontrado.
Un abrazo, querida W.

Wara dijo...

Desde luego no hay fórmula, jaja. Hace un tiempo leí una entrevista a Ana María Shua en la que precisamente le preguntaban por la longitud de sus microrelatos, si los trabajaba mucho hasta alcanzar el resultado final; la autora venía a decir que no, que sencillamente le salían así (sin perjuicio, claro, de los necesarios repasos). A mí me hizo gracia y recuerdo que pensé, venga, como si fuera tan fácil. Pero supongo que de alguna forma te habitúas y los cuentos y las historias salen como si siguieran un inexistente patrón. Aunque es bien difícil, con lo que yo me lío en ocasiones, jaja, que empiezo a hablar y no acabo.

Un abrazo, Fusa, gracias.

Calle Quimera dijo...

Era un buen símil el del maestro... El alma y los sentimientos son tan frágiles como el cristal, requieren un cuidado exquisito, y una vez que se rompen no hay forma de disimular las uniones cuando queremos recomponer los trozos. Si es que se logra recomponer algo...

Lleva razón Malena, tus micro relatos desprenden serenidad...

Besos.

Wara dijo...

Recomponer pienso que siempre es posible, pero es eso, una recomposición, algo vuelto a formar, y por tanto, arrastra esa especie de herida, ese arañazo o rasguño que lo hizo peligrar, sea un sentimiento, sea simple cristal.

Un abrazo.