sábado, 10 de julio de 2010

Un libro escarlata

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... —Creo haber encontrado lo que usted buscaba —anunció con orgullo Monsieur Edouard mientras conducía a la mujer entre las antigüedades de incalculable valor que abarrotaban una tienda bien disimulada entre los antiguos edificios de un anónimo bulevar parisino que saludaba ya a las primeras sombras de la noche—. Su descripción fue tan precisa que, como le advertí, sólo era cuestión de tiempo…

... Monsieur Edouard tomó un grueso volumen de una vitrina elevada y se lo ofreció a la mujer, que pareció dudar antes de aceptarlo; luego, en un gesto de inconsciente caricia más que de evaluación o tasa, deslizó los dedos por los cantos del libro y las tapas esmeradamente repujadas en cuero teñido de escarlata. Como si no supiera qué hacer con él, o cual si le quemara o manchara y contaminara de algún modo las manos, en seguida lo dejó sobre la mesa, aunque sin dejar ya de mirarlo. El anticuario murmuró un precio que sabía elevado pero ella asintió con un “si sangra, me lo quedo”. Entonces, de repente, de algún lugar sacó una daga que clavó limpiamente en el centro de la mesa, atravesando el libro e hiriéndolo de muerte.

"Shakespeare and CO. Antiquarian Books"
París

miércoles, 7 de julio de 2010

El gesto de la muerte

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... —Amo —dijo el viejo criado al rico mercader—, te ruego me prestes el más veloz de tus caballos pues esta noche quiero estar muy lejos.
... —¿Por qué esa urgencia? —preguntó el mercader.
... —Me he cruzado con la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza —respondió el criado con el rostro descompuesto por el terror.
... El mercader se compadeció del criado, que siempre le había servido fielmente, y aceptó confiarle al más veloz de sus caballos para que lo condujera hasta la ciudad de Ispahán, donde el criado le aseguró que se sentiría a salvo.
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... Al atardecer acudió el propio mercader a la plaza del mercado y hallando también allí a la Muerte, no se resistió a preguntarle:
... —Muerte, ¿por qué has hecho un gesto de amenaza a mi criado?
... —¿Un gesto de amenaza? —inquirió la Muerte—. No ha sido de amenaza, sino de asombro. Me sorprendió verlo aquí esta mañana, tan lejos de Ispahán, de donde habré de llevármelo esta misma noche.
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Carlos Schwabe
"La muerte y el sepulturero" (detalle), 1890
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Cuento original de Yalal Al-Din Rumi, poeta persa del siglo XIII
Jean Cocteau escribió en 1923 "El gesto de la muerte".
Jorge Luis Borges y Bioy Casares lo toman y lo traducen para publicarlo en la colección "Cuentos breves y extraordinarios".
A su vez, Gabriel García Márquez lo tituló "La muerte en Samarra".

lunes, 5 de julio de 2010

Fatalidad

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... Ocurrió que cuando se le soltó el broche que sujetaba la túnica de exquisita seda de Murshidabad dejando al descubierto su belleza plena, en el gesto de cubrirse hubo tan natural frivolidad que su auténtico carácter quedó definitivamente al descubierto.
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Emily Balivet
"Dalia, Goddess of Fate", 2009

jueves, 1 de julio de 2010

La abuela

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2 de junio, viernes
... Antes de despedirnos esta tarde, la doctora G. nos ha pedido que durante unos días escribamos recuerdos… Sólo escribir, ha insistido, sin que hablemos entre nosotros de ellos, como si así las palabras resultaran innecesarias.

12 de junio, lunes
... Cada vez que nos portábamos mal, la abuela nos amenazaba con regresar algún día desde el Más Allá, convertida en espíritu fantasmal y ululante. Y la creíamos, claro, porque asomaba de pronto en la cocina templada, envuelta hasta la cabeza en un manto de luto y de lana; porque sus palabras resonaban entremezcladas en la tronada, en el eco de la lluvia golpeando en las ventanas. La creíamos, sobre todo, por el aura del creyón desde el que nos observaba el marido difunto, tan severo, tan extraño, a los pies de su cama en el cuarto junto a la sala. Y si la vela, gastada, titilaba y se apagaba, chillábamos entonces con el más puro espanto pero al tiempo reíamos muy, muy alto, por ocultar esa pizca de algún gozo extraño. Y cuando mamá nos decía que había que salir a la calle porque algo de la tienda se le había olvidado, cuando nos ordenaba subir al desván a buscar una manta, patatas para la cena o tal vez sólo la plancha, los niños nos rebelábamos, ninguna luz era bastante, pero ella comenzaba a apagarlas aunque la oscuridad nos sorprendiera con un pie a medias en el peldaño, el pánico pugnando por escapar de la garganta…

13 de junio, martes… tarde
... Porque, pasados los años, la abuela se fue dejando un hueco tan grande y eché tanto mal a mis espaldas que ni puedo ni quiero recordar la cuenta de lo acumulado aunque haya llegado por fin la hora de pagarlo, la doctora G. pretende ayudarme a comprender que nunca fui malo, pretende demostrar que mi único propósito al desencadenar tanto daño, fue que la persona a quien quise más que a nadie, regresara.