sábado, 28 de noviembre de 2009

El ritual del sábado

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El ritual del sábado era muy breve.
Si durara más tiempo,
algo en su interior acabaría de romperse
y se quedaría allí, indiferente
a todo, para siempre.
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Fotografía
David Marquez - La Recoleta

martes, 24 de noviembre de 2009

Sobre la fragilidad

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Su destino parecía seguir idéntico curso, ni siquiera ellos mismos se cuestionaran que pudiera suceder de otro modo. No parecían existir el uno sin el otro. Sin embargo, esta tarde aguardaban que el anciano les hablara, que les interrogara hasta conocer y comprender la razón por la que habían roto su compromiso matrimonial tan bruscamente, cuando ya los preparativos para la ceremonia y el banquete estaban culminados, que intentara averiguar quien era el responsable y que, finalmente, procurara convencerles para que todo retornara a su orden natural, correcto.

Pero pasearon de un lado al otro del claustro en prolongado silencio, el anciano flanqueado por Kalen y Kendra, ambos igualmente altos y esbeltos, rubios y bellos, hasta regresar al pequeño jardín que todavía cultivaba con sus manos, y donde una hermosa acacia extendía su sombra sobre un estanque de límpidas aguas. El anciano introdujo una mano en el agua y observó, la superficie quebrada, las ondas que se extendían y multiplicaban.

—Cuando el espejo se rompe, ¿es suya la culpa por ser vidrio o somos nosotros los culpables por no apreciar su fragilidad y manipularlo sin la debida atención y cuidado? —inquirió el maestro—. De igual forma… cuando la amistad, el amor o un alma se rompe, ¿quién es el culpable?

Y con un gesto muy leve indicó a los dos jóvenes que se alejaran.


viernes, 20 de noviembre de 2009

La gran sombra

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Querida vida, miedo terrible.
¿Me has convidado a tu casa para tenerme
por esta sombra eternamente sometida?
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Johan H. W. Tischbein
La gran sombra, 1805

martes, 17 de noviembre de 2009

Mi reino por un espejo

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… y por tapiar un estanque,
no conoció Raiolán
el espejo de unos ojos
a los que asomarse.

Balada de Raiolán, la triste
(fragmento)


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Ocurrió que la nodriza era demasiado mayor y sorda. La princesita era tan bella, la reina había muerto en el parto, y la anciana tan sólo pretendía protegerla en su desamparo. Por eso cuando escuchó el augurio de la madrina diciendo que llegaría el día en que Raiolán hallaría un sapo en el fondo de un estanque… sencillamente se asustó tanto que, sin querer escuchar el resto del vaticinio, lloró amargamente por el destino que aguardaba a la desvalida criatura.

Pero pese a todas la precauciones del aya, torcidas por voluntad más poderosa que los buenos deseos que la guiaban, llegó el día en que Raiolán se asomó al interior del estanque y descubrió en el fondo, entre las ondas del agua, un ser que le pareció reconocer deforme y repulsivo, y aunque de algún modo la atraía hasta casi hechizarla por obra de un inexplicable encanto, el horror la empujó finalmente a alejarse. Y corrió y corrió hasta encerrase en el seguro refugio de sus aposentos, en lo alto de la solitaria torre que coronaba el castillo, exenta de comodidades reales.

—¿Qué es lo que he visto en el estanque? —preguntó más tarde Raiolán a la reina viuda, su madrastra—. ¿Qué secretos terribles allí se guardan?

—A vos misma os visteis —respondió la madrastra, que odiaba a Raiolán con toda el alma—, fue vuestro reflejo el que mirasteis.

La crueldad de la madrastra halló eco en la ingenuidad de la princesa, que creyó en la verdad de sus palabras. Y pasó un tiempo y Raiolán, incapaz de evitar la hipnótica atracción que sentía por mirarse nuevamente reflejada en el fondo del estanque, ordenó que todos sin excepción fueran tapiados de inmediato, incluso todos los pozos, las fuentes y regatos. También mandó retirar los espejos que adornaban las estancias de su casa, prohibió su uso y amenazó con castigo extremo, algo inusitado en una jovencita de carácter hasta entonces sensible y tierno.

Cuando la infeliz Raiolán falleció, ya anciana y sola, conocía de la existencia de los sapos, de repulsiva apariencia, de tacto desagradable, pues no era extraño verlos asomar por corredores y salones de su castillo desvencijado. De lo que nunca supo fue de la belleza que guardaba en sí misma, ni del vaticinio que acabó malogrado por el empleo de muy malas artes. Hubo piedad, sin embargo, en el hecho de que ignorara ese secreto que todo el mundo sabe, el que dice que a todos nos aguarda un sapo encantado, realmente mágico, destinado a transformarse con un beso en el príncipe que camina a nuestro paso hacia un destino rosado.

viernes, 13 de noviembre de 2009

El contrato

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—Supe desde el principio que fracasaría contigo —los atractivos rasgos de Oblivio se difuminaban en lo que no disimulaba una horrenda apariencia, al igual que su voz, suave y próxima, no ocultaba una cavernosa procedencia. La encantadora sonrisa se había tornado rictus al escuchar la petición del anciano, su empeño.
Se paseó, impaciente, de un extremo al otro de la estancia. Prendió luz en una lámpara que amortiguara las tinieblas, escanció un oscuro licor en copa tallada, añeja y valiosa y bebió largamente, cual si nada hubiera de saciarle, aunque de algún modo pareció aplacarse.
—Incluso pensé en la conveniencia de repetir el proceso —añadió entonces—, pero no era cuestión de darte más de aquello por lo que habías pagado, al fin sólo pretendías el sosiego del olvido, no sumirte en el descanso eterno de la muerte.
—Devuélveme mis recuerdos —insistió Memoro sin osar fijar la mirada en los ojos de Oblivio, donde no ignoraba se ocultaba el mayor peligro—. Es viernes, trece, y medianoche, así consta en el contrato.
—¿Acaso no has sido feliz a mi lado? ¿No te he ofrecido todo cuanto me has pedido? —preguntó el hechicero con feroz sonrisa, ignorando el pliego de papel que le ofrecía aquel hombre de apergaminado rostro y cabellos canos—. ¿Estás seguro de que es recordar lo que en verdad deseas? ¿Merecerá la pena recuperar inciertas alegrías, un dolor asegurado, el sufrimiento, la conciencia de la desgracia…?
Llevaba tanto tiempo aguardando este momento, tan larga eternidad teñida de impaciencia, que ahora que finalmente Oblivio había comenzado a desabotonar el oscuro manto con que habitualmente se embozaba para resguardar la memoria de todo y los recuerdos ajenos, el anciano Memoro podía incluso permitirse dudar.
—Reniego de esta existencia suspendida entre sombras y en medio de la nada. Es mi vida la que quiero, la que en un momento de debilidad me arrebataste —respondió Memoro, sin embargo—. Devuélveme todos mis recuerdos, sean de felicidad, o bien de infinito sufrimiento.
Y fue así que Oblivio, Señor del Olvido, ahuecó su manto con aburrido gesto (quizá más satisfecho que decepcionado por cuanto no había errado en su impresión respecto a la elección de Memoro), y la memoria de los días y años pasados retornó al anciano.

Cueva de Ekocjan - Eslovenia

sábado, 7 de noviembre de 2009

Capricho creador

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Con dos trazos le dio la vida.
Mas en seguida,
viendo que no respondía a sus expectativas,
con ceñudo gesto se la arrebató sin compasión.


Salvador Dalí
Rostro de hormigas, 1936

jueves, 5 de noviembre de 2009

El legado

Y llegó el día en que todo estuvo dispuesto para la celebración de la ancestral tradición en virtud de la cual el padre transmitía al hijo un secreto familiar que el joven habría de guardar orgullosamente, pues sólo ése era su cometido.
—Deberás proteger nuestro secreto, empeñando en ello incluso tu propia vida —dijo el padre con voz que apenas quebró el inmenso silencio de la estancia vacía, libre de testigos—. Eres ya un hombre, hijo mío, y desde mañana recaerá sobre ti la responsabilidad de su custodia.
—No quiero conocer ese secreto —repuso el hijo sin permitir que la estupefacta mirada de su padre minara su determinación.
—¡Representa el mayor de los honores! ¿Cómo se te ocurre que puedes rechazarlo? —preguntó el padre, severa la expresión.
—Padre, por favor —rogó el muchacho antes de explicar su razón para negarse—. ¿No comprendes que aceptar ese antiguo honor me convertirá, más que en centinela, en esclavo del secreto?