lunes, 31 de agosto de 2009

Dieciséis

Vives la vida
jugando sin prisas.
Te sientes feliz.
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martes, 25 de agosto de 2009

Libera un libro

Nunca prestaba atención a las conversaciones ajenas, al principio porque no le importaba especialmente lo que los demás pudieran decir, y después porque su oído dejó de trabajar y lo sumió en aquel mundo poblado de silencios. A veces captaba alguna palabra en el movimiento de unos labios pero al instante, por reflejo, parpadeaba o cerraba los ojos para no molestar; sabía por experiencia que muchas personas no respondían con buenas maneras si lo sorprendían mirándoles, como si en sus ojos portara alguna amenaza, como si sospecharan de la existencia del secreto que guardaba muy adentro y temieran que de su expectación escapara la antigua necesidad, aquel impulso irrefrenable que brotaba de sus entrañas y que años atrás le diagnosticaron como mera obsesión.
Había pasado tanto tiempo empeñado en castigarse a sí mismo, privándose, conteniéndose, negando, que cuando la palabra mágica bailó en los labios de la esbelta chiquilla, él se interesó, pero le resultaba tan difícil seguir la precipitada charla que se revolvió inquieto, incapaz de desembarazase de aquel sentimiento de permanente frustración por los sentidos anquilosados e inútiles, y en un esfuerzo por captar más detalles olvidó toda prudencia e incluso rompió el que, pomposamente, denominaba margen inviolable para su propia seguridad vital. El riesgo mereció la pena a medias, por cuanto consiguió retener cada una de las palabras pronunciadas, murmuradas y veladas, pero no el significado implícito a la conspiración.
Al alejarse las muchachas descubrió el libro olvidado en el banco que ocuparan, sombreado por un viejo tilo en flor. Sin pensarlo un instante, el hombre lo recogió y fue tras ellas, las llamó. No parecieron reparar las muchachas en la anticuada extravagancia de su atuendo ni en el apagado timbre de su voz; reconociendo el libro que sostenía en las manos, lo obsequiaron con una franca sonrisa e incluso le ofrecieron una explicación.
—Es un libro libre —dijeron—, pertenece a quien lo encuentre.
—Con la sola condición de su temporal posesión.
—Quien lo recoja debe liberarlo nuevamente una vez haya terminado de leerlo.
¡Y vaya si él lo leyó! Desde aquel instante, su familiar mundo de silencios se pobló de infinitas voces y palabras que evocaban las emociones del amor, el vivir, el soñar e incluso el morir, al tiempo que recuperaba la antigua y nunca olvidada pasión; de nuevo tenía una misión.

* * * * * *


Ocurría en la ciudad un detalle curioso: las bibliotecas perdían libros de forma no alarmante aunque sí constante, libros antiguos y nuevos que aparecían luego en los lugares más inverosímiles, en lo alto de un tejado, a la entrada de un camposanto, a las puertas de una fábrica o en el andén de la más recóndita estación… Cuando finalmente se capturó al singular ladrón, éste reconoció sin culpa la importancia de su labor.
—Algunos liberan delfines, otros a las aves de su prisión —les dijo—. De liberar libros, me ocupo yo.


lunes, 24 de agosto de 2009

Quince

Un laberinto
de risas y llanto
conforma la vida.
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martes, 18 de agosto de 2009

La casa de mamá

Lo cierto es que me gusta ir al pueblo con los niños. Aunque en ocasiones duela. A veces encontramos a mi hermano Andrés, que ni siquiera mira ni sonríe a mis niños, sabiendo como sé que son su debilidad, acaso por los nietos que él no tiene, que el destino le deniega. También sería incómodo cruzarnos con Mercedes; es que alguien le ha enseñado finalmente a mirar sin ver… y lo hace muy bien. Pero la mayoría de las veces el paseo resulta agradable, encontramos a conocidos que hace tiempo no saludamos y aprovechamos para ponernos al día del presente y del pasado, recordando, reviviendo tiempos cada día más lejanos.
Creo que fue el jueves pasado, sí, precisamente el anterior a las fiestas del Carmen, que decidimos visitar a Tito; como no se nos ocurrió avisarles, resultó que no encontramos a nadie de la familia en casa. Brillaba el sol e hicimos un paseo más largo. De pronto oigo a Manuel decir aquello de bajar por la calle María; ya que estamos aquí, añade encogiéndose de hombros. Abandonamos la calle principal, a apenas veinte metros allí la tenemos, la casa familiar de mamá, la casa de nuestra infancia. Manuel y yo nos detenemos a contemplarla, en silencio, sin duda sus pensamientos siguen idéntico curso a los míos y se contagian de ese extraño sentimiento de desesperanza. Atraigo a Iria a mis brazos, llamo a Froilán, y formalmente les presentó la casa.
—¿Tú vivías aquí? —pregunta Froilán con la ingenuidad certeramente hiriente de sus cinco años. En su expresión hay más horror que incredulidad, un cómo es posible en su mirada al que no es tiempo aún de explicar.
—Fuimos muy felices —se me ocurre decir—. Yo, el tío Manuel, el tío Tito, los tíos…
No llego a pronunciar los nombres de mis otros hermanos, el de Mercedes tampoco. Ahora es diferente, pero realmente fuimos felices en aquella casa que aunque pequeña, en sus tiempos representaba casi un lujo con su planta baja, el patio y el pozo, el piso con terraza posterior y el huerto de árboles frutales. El balcón de la fachada principal de la vivienda se ha desmoronado. ¿Cuánto tiempo hace? ¿Cómo no lo hemos sabido? Mas, ¿por qué habríamos de saberlo? De las dos puertas parejas, antaño pintadas de verde, una ha sido condenada, la otra parece repetidamente violentada. La amplia ventana de la planta baja, inmortalizando a mama con sus tres nietos mayores en una fotografía, a mamá ya enferma, que salió un día de su casa confiando en regresar… la ventana de la habitación donde siempre nos acogía en tropel… Nos obligamos a continuar calle abajo, Froilán mirando por encima del hombro, agradecido de alejarse, e Iria sin comprender todavía nada, a sus dos años. Alguien nos explica que la utilizan, la casa tan amada, como depósito para aperos de labranza o utensilios de pesca, quién sabe, acaso esté ya abandonada.
—No debimos haber firmado —dice a mi lado Manuel, la boca seca, conteniendo la rabia.
—A Tito se le rompió el corazón… pero papá no le hubiera perdonado que por su sola oposición no se vendiera la casa.
—Debimos haber protegido la casa de mamá, incluso contrariando la voluntad de papá.
—Sí, tal parece como si las hubiéramos abandonado a ambas…
Manuel y yo nos miramos, nada podemos hacer. Sólo se me ocurre asegurar más fuerte la mano de Froilán en mis manos y lanzar por el aire un beso esquivo a Iria, que sigue la estela de su hermano riéndole alguna gracia, ajenos los dos a nuestros viejos remordimientos y pesares.

Fernando Botero - Familia colombiana

lunes, 17 de agosto de 2009

Catorce

Awaricioso,
dices amarme
cual tu tesoro.


John Douglas - Bello tesoro
(Tapiz)

sábado, 15 de agosto de 2009

Caperucita Roja

Red Riding Hood
John E. Millais, 1865

viernes, 14 de agosto de 2009

Cada uno, lo suyo

El paso se estrechaba, serpenteaba conforme a la distribución de los puestos de venta ambulante en la empinada calle de la Iglesia. Se vieron al mismo tiempo, sus miradas se entrecruzaron por un instante, pero él se las apañó para desaparecer tras la mercancía de un tenderete que exhibía ropa para el hogar, fundas de sofá, juegos de cama, mantelerías pintadas en alegres colores… Ella se sintió valiente, o quizá fue el tomar conciencia de aquel primer día de auténtico verano cuando ya les abandonaba agosto, o acaso, lo más seguro, fue el viejo cansancio que hizo mella en su ánimo tras tantos meses acumulando años en los que él se limitaba a engañarla y darle largas; el caso es que no dudó ni un segundo en abordarlo.
—Por favor —le dijo—, no sé ya cómo pedírtelo…
El la interrumpió señalando con un gesto de cabeza a la chica que le aguardaba con expresión aburrida unos pasos adelante.
—Está enferma, es mi obligación cuidar de ella —dijo con evidente intención de obtener su lástima.
Pero ella, que conocía todos los detalles de la enfermedad de la chica, que hasta se avergonzaba de cómo él la utilizaba una y otra vez como excusa con la que justificar su indeterminación, el incumplimiento de plazos, su incapacidad para formalizar un compromiso, ignoró esta vez sus razones y continuó hablando como si no hubiera escuchado la familiar excusa:
—… devuélveme los discos, los libros, la ropa, todo cuanto conservas de mi propiedad en tu casa. Entonces ya no tendrás que fingir no verme, no necesitarás mirar hacia otro lugar…
El se movió, dispuesto a continuar su paseo por el mercadillo de los jueves por la mañana en el pueblo. La chica les miraba en silencio, sin intervenir, sólo su gesto ceñudo evidenciaba cierta impaciencia por continuar con sus compras, por dar término a aquella interrupción, aquel incordio, aquel intercambio de palabras de las que no era testigo por primera vez.
—Entrégame mis cosas —insistió ella casi cogiéndole por el brazo, reteniéndole sin atreverse sin embargo a tocarlo—. Dime tan sólo cuándo puedo pasar a recogerlo todo e iré, o mandaré a alguien, si lo prefieres.
—Apenas paro en casa… entre el hospital, el trabajo…
—¿No comprendes que de este modo nada ha concluido? —preguntó ella bajando el tono de voz. La gente pasaba junto a ellos, les empujaban, obligándoles a moverse y deslizarse como siguiendo inconexos pasos de baile. Comprendió que en el siguiente movimiento, él se zafaría, se escaparía una vez más, quién sabe por cuánto tiempo, y murmuró casi con desesperación:— Cuando me entregues lo que me pertenece, ¿entiendes lo que te digo?, desaparecerás. Dejarás de existir para mí.
Un súbito empujón y él quedó en libertad para alejarse; la chica vino a rodearle con sus brazos, como para establecer su propiedad sobre él, y padre e hija comenzaron a alejarse calle arriba. Ella todavía le gritó que le señalara un día, una hora, que iría, pero las palabras se perdieron sin sentido entre el alboroto del mercadillo, cual baratijas. El se volvió a mirarla por encima del hombro.
—Cualquier día, cuando quieras —dijo, y sonrió entonces, sabiendo que de nuevo mentía.
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lunes, 10 de agosto de 2009

Trece

Infidelidad:
ruptura y desamor.
¿Existe perdón?

jueves, 6 de agosto de 2009

Veo-veo

—Veo-veo.
—¿Qué ves?
—Veo-veo… niebla, lluvia y vientos varios, espinos, silvas y zarzas, senderos entreverados, huellas borrosas de tenues pasos…
—¡Oh…! ¿El camino secreto a un castillo encantado en lo profundo del bosque…?
—Ojalá fuera eso lo que miro.
—Mirar y ver no es lo mismo. ¿Qué ves, pues? Dime.
—Veo alzarse una muralla que me aleja de un amigo muy querido...

lunes, 3 de agosto de 2009

Doce

Mi libertad: tú,
juramos formalmente.
Tu libertad: yo.

sábado, 1 de agosto de 2009

No eres tú

La tarde había pasado, las sombras del jardín, los sonidos habituales se habían ido amortiguando hasta dejar de existir, fundidos en la oscuridad general de la habitación. El movimiento de la cabeza fue leve, imperceptible; le pareció escuchar voces a su espalda, en el pasillo, en la sala, la voz de él, pero no le apetecía volverse y mirar. No era preciso para recordar que, pues no era ella, las hirientes palabras no debían causarle dolor alguno.
—¿Qué quieres decir con eso de que te marchas, que no volverás? —había preguntado ella—. Ya hemos jugado antes a este estúpido juego donde al final has ganado… ¿No me he alejado de mi familia, de mis amigos… no he renunciado incluso a mi puesto de trabajo? He hecho cuanto me has pedido sólo porque te amo.
—Chica, lo siento, no sé cómo decirlo… Cuando vengo a casa y sencillamente me miras y callas, no sé, no me agrada. No eres tú… Cuando antes te enfadabas, aparecías así tan ofendida, insultándome o quitándome durante días la palabra… entonces, la verdad, resultabas más humana.