.... Como temían que no funcionara lo del boca a boca, decidieron instalar unos potentes altavoces en la confluencia de las calles más importantes de las ciudades y pueblos de la provincia. No importaba comprometer con ello el presupuesto, no cabía detenerse a medir gastos, el caso era que la bola no creciese, que no se hiciese tan grande que terminara por explotarles en plena cara. De modo que el mensaje que se repetía en todas partes insistía en no hacer caso, en ignorar el aviso, la injustificada amenaza. Traducido, venía a decir a voz en grito: “No sean estúpidos, los dragones no existen”.
.... De modo que cuando la pequeña familia de dragones supuestamente escapada de un circo asomó por la avenida principal de la mismísima capital de provincia, corporación y ciudadanía los miraron sorprendidos preguntándose si el portento no ocultaría alguna especie de alegoría. Y algo debía de haber, sí, porque cuando se detuvieron, muertos de sed, agotados, encantados de encontrarse por fin entre gente que en lugar de correr a ocultarse les recibía, los dragones abrieron la boca y suspiraron levemente, agradecidos; mas ocurrió que al hacerlo así exhalaron unas chispitas que en seguida prendieron y fueron creciendo… Y antes de darse cuenta, la ciudad aquella tan bonita y receptiva ardía sin remedio, se consumía.
.... Y fue entonces cuando se hizo popular ese refrán que advierte: “Cuando la bola crece, fuego lleva. Si te alcanza, te quemas”.
.... En fin.