jueves, 29 de enero de 2009

Alma, corazón y vida

Tenía una amplísima paleta de colores entre los que elegir el más apropiado, aunque ya de entrada le habían sugerido que descartara el negro y el blanco, demasiado clásicos, siempre controvertidos y contrarios. Alguien apuntó que descartara el rojo, de obvias connotaciones políticas, y también el amarillo por similares motivos. Que ignorara el azul y el rosa, demasiado simples, en exceso infantiles. Que evitara el verde, porque enorgullecería a los de la plataforma y no era plan de regalarles alas. El morado, por antigua tradición vinculado a la Cofradía del Nazareno, o el marrón, correspondiente al hábito de San Antonio, mejor omitirlos. El gris remitía a un pasado muy próximo, ¿o acaso no había participado en las manifestaciones nunca permitidas, siempre clandestinas? El marino recordaba al mar, carencias, mundos que deberían ser protegidos…

El caso es que cada vez que examinaba los colores disponibles se le acentuaba aquel escozor en los ojos, aquel dolor que con sólo las lágrimas remitía porque un propósito sencillo se había convertido en una empresa imposible y que acaso le costara la vida. Se trataba de escribir tres palabras que la humanidad había olvidado. Cierto que figuraban en el Gran Diccionario, pero no importaba que allí existieran cuando resultara tan fácil expulsarlas de los corazones.

Finalmente eligió con los ojos cerrados el color de la tinta. Pero su mano tembló al ir a escribirlas, y las palabras quedaron al borde de sus labios sin vida, postergadas hasta la elección del nuevo artista que hubiera de reproducirlas. Condenadas al olvido.


lunes, 19 de enero de 2009

El Espejo de Diana

“… y en el espejo lo enfrentó la cara de siempre”.
“El libro de arena”
J.L. Borges



1

La admiración del profesor Ferreol por James G. Frazer lindaba lo patológico; no existía ningún otro que hubiera estudiado su obra ni la conociera tan en profundidad como él. Su vida entera, personal y profesional, giraba en torno a Frazer. Precisamente aquella tarde había finalizado un simposio que, bajo el título “La rama dorada”, había patrocinado el Departamento de Antropología de la Universidad del que era titular. Bajo los efectos de la magia de Baal, extasiado ante la belleza de la historia del santuario, por los mitos y ritos caldeos, diríase que Ferreol no ha abandonado la mítica ciudad de ocho torres coronada a modo de pirámide por un santuario donde la mujer más bella elegida entre las de Babilonia aguarda en un espléndido lecho la venida del dios, su consorte.

Mira a Martina junto a él, en esta cama desprovista incluso de cabezal, y ve tan sólo un joven rostro dormido, encendido como las anémonas, rojas por la sangre derramada de Adonis, la espléndida cabellera enroscada en la almohada al modo del muérdago sagrado encadenado en su destino al del centenario roble; el pensamiento de Ferreol gira inevitablemente hacia la rama dorada, símbolo del comienzo y fin de un reinado…

Se mira un instante en el espejo del armario entreabierto y sonríe con gesto conspirador a su imagen decrépita. En sólo unos días su juventud le será restituida, de modo que los motivos por los que las muchachas como Martina acaban en su lecho serán bien distintos. Le dirige una última mirada velada de desprecio antes de abandonar la habitación en silencio, casi subrepticiamente, para dirigirse en su propio auto al aeropuerto internacional.

Cuando el gran secreto de Frazer se le reveló finalmente en el transcurso de una extraña noche de sueños, logró imponer la sensatez de su carácter dominando su natural ansiedad y su urgencia por partir de inmediato para disponer con cautela todo lo necesario para este viaje a Italia; allí, al sur de Roma, en las colinas de Albano y a quinientos metros sobre el nivel del mar, le aguardaba el suave y plácido lago Nemi circundado de bosques envueltos por espesas nieblas.





2



No más la joven campesina le ofreció un canasto rebosante de sabrosas fragolines, Ferreol la miró con reconocimiento y desconfianza; supo al instante que era ella, y pues había obtenido obvio provecho del secreto temió que acaso quisiera reservárselo para uso privado o pedirle acaso una suma desorbitada, fuera de su alcance. Le humillaba el simple hecho de regatear y esta posibilidad le hizo anticipar un familiar sentimiento de desventaja.

Su temor se acrecentó con la amplia sonrisa de la muchacha, que asintió a sus palabras, comprendiendo su petición. Descendieron por el tortuoso desfiladero, ella en cabeza, confiado el andar, hasta detenerse tras un recodo. Posiblemente no hubiera otro lugar desde el cual la visión del entorno fuera más espléndida y perfecta.

—Dianae speculum —repitió suavemente la muchacha. Ferreol observó que aquellas dos palabras no sonaban extrañas en boca de la campesina, que señalaba el hermoso lago Nemi, de plácidas aguas, lecho de las naves ceremoniales de Calígula.

Ferreol la miró inexpresivamente al principio, luego comenzó a reír. Tomó a la muchacha por los hombros y la zarandeó sin miramiento, ajeno al daño que le infringía, ignorando la cesta de fresas que rodaba por el suelo tiñéndolo como de sangre al ser pisoteadas. Miraba y reconocía en ella a la vieja encorvada que en su sueño le había exhibido espejos, cristales rotos, fragmentos de magia falsa, a la anciana que le había advertido que entre ellos se ocultaba el verdadero, el poderoso, el único e irreemplazable Espejo de Diana, capaz de otorgar imperecedera juventud a quien lo poseyera.

No supo cómo ocurrió, acaso ni lo pretendía, pero la muchacha cayó al suelo y al hacerlo se golpeó la cabeza con una piedra. La muerte fue instantánea. En su crueldad rebuscó Ferreol entre sus ropas y encontró un pedacito de cristal deslucido aunque curiosamente enmarcado, un espejo pequeño de mano, como de cuento de hadas, y estuvo a punto de aullar de placer. Sin embargo, en los claroscuros de aquella noche de plenilunio no se apreciaba cambio alguno ni mutación sustancial de su aspecto, de modo que al final cayó dormido a un lado del camino, con el codiciado espejo arrebujado en su pecho, a salvo entre sus ropas, cercano al corazón. Quizá fuera necesario guardarlo así antes de recibir su merced.

Por la mañana, al levantar el sol sobre el lago, vinieron a despertarlo, lo acusaron y aunque nada negó, forcejeó para mirarse en el espejo, y al hacerlo, buscando el don prometido, el privilegio de la juventud recobrada, el cristal se quebró y el espejo lo enfrentó a la cara que siempre conoció, mas en su demencia se contempló Ferreol joven y atractivo. Sonreía feliz como un niño, ajeno a su destino de eterno cautivo.

Cuando abandonó Italia y regresó a su país, el único privilegio que se le concedió fue el de conservar en su celda una gastada lámina de autor anónimo que representaba el plácido Lago Nemi. Ferreol se miraba incansable en dicha lámina y sonreía. Ni un solo día dejó de sonreír al hermoso rostro, el suyo, que le devolvía la mirada desde la imagen de un lago al que también se conoce como “Espejo de Diana”.


John Robert Cozens - Lago Nemi

domingo, 11 de enero de 2009

Apátrida

1

Dotada de esmerada cultura y educación, Lilith dominaba a la perfección todas las lenguas y conocía las tradiciones y costumbres de cualquier país y región. Incorruptible, insobornable, se la reclamaba desde los puntos más remotos para que actuara de negociador, de intermediario, y allí donde iba se la recibía y trataba con respeto, como a un igual.

Hasta que tras un altercado en mitad de una calle en una ciudad no especialmente conflictiva se descubrió a sí misma como víctima y rehén. Convertida en objeto de la negociación, no dudó que sería rescatada por sus compatriotas. Sin embargo, las conversaciones se hacían cada día más lentas, la indiferencia por su destino cada vez mayor…

Justa, compasiva, ecuánime en sus actos personales y profesionales, pulcra, delicada y frágil como una blanca flor, la soledad de la celda minaba su ánimo, la estática luminosidad que la envolvía noche y día deslustraba su físico perfecto, y porque el tiempo lento, tan lento, distorsionaba su mente, Lilith asimiló finalmente que cuanto hasta entonces fueran tan sólo temores aplazados, dudas ignoradas, preguntas cuyas respuestas dejaba para después, ocultaba una turbadora realidad: lo único cierto es que lo ignoraba absolutamente todo de sí misma, no compartía un pasado con nadie, carecía de recuerdos familiares, ni siquiera pertenecía a un lugar…

2
Un acuerdo tácito de suma indiferencia:
—Desconéctenla —ordenó una voz en algún lugar del universo.
—Déjenla morir —ordenó a su vez otra voz en algún otro lugar.
Los hombres que escuchan la orden respectiva, enmudecen; obedecen.

3

—¡Qué lastima! ¡Era tan bella…!
—Bah, aunque perfecta y delicada réplica humana, no es más que una máquina, un robot. Lo que siempre me sorprende es comprobar cómo incluso ellos mismos ignoran que lo son.
No es una máquina ni tampoco un robot, piensa Telmo; dominando su indignación, se inclina junto a Lilith y mira un instante en sus ojos de brillante azul ultramar; al hacerlo tiene una fugaz visión del universo, de una estrella muriendo, apagándose y oscureciendo el destino de toda la humanidad, sin remisión.

En la oscuridad de la silenciosa celda, Telmo recogió a Lilith cual si fuera la más querida muñeca, aunque rota, de una niña antigua. Ahora, en estos tiempos, esas cosas de muñecas eran sólo recuerdos, tonterías sin sentido, pero no ignoraba que su padre siempre había sido un buen médico para los males que aquejaban a las muñecas de sus hijas, con las que éstas jugaban en el interior de sus casas, sin ser nunca vistas. En esta ocasión habría de ser más que médico un magnifico ingeniero para devolver a Lilith la vida robada y, quizá, la patria negada.

El padre de Telmo era un anciano cuyas manos no habían perdido habilidad ni ternura. Sólo sus ojos se habían agotado de tanto contemplar las estrellas en el firmamento. Reconoció los restos dispersos de Lilith y en seguida advirtió con profunda tristeza:
—Su corazón es un fragmento de estrella apagada en la noche de los tiempos. Seguramente pensaron que poco le restaba hasta agotarse definitivamente y decidieron que no les compensaría abonar el rescate pedido.
—Pero se equivocan, ¿verdad, padre? Se equivocan con Lilith igual que se equivocaron con Jana y con Annya.
—No temas por ella —murmuró una voz de mujer joven a su espalda—. Esta noche Lilith ha encontrado su casa, su patria, su hogar; pronto volverá a brillar.
Fue pasada la medianoche cuando Telmo, abrazado a sus hermanas, observó cómo los ojos azules de Lilith se abrían de nuevo a un esplendoroso universo abarrotado de luminosas estrellas… a su eterno destino.



Apátrida es “Cualquier persona a la que ningún Estado considera destinatario de la aplicación de su legislación”
(Convención sobre el Estatuto de los Apátridas, 25 Sep. 1954)

Motivos. Pues, por ejemplo, cuando esa persona

“Ha nacido en territorios disputados por más de un país”

“Ha perdido la nacionalidad por decisión gubernamental”

(...más…)


* * * * * * * * * *
Dedicado a José María Merino

domingo, 4 de enero de 2009

Silencio

Silencio:

Hace unos días, indiscreta, leí una carta. Palabras hermosas de quien te espera, que considera tu compañía muy preciada. Para mí, aunque igualmente me fuiste tan precioso e indispensable hay, sin embargo, ocasiones en las que no sé cómo llenarte y busco todas las formas, las voces, el viento, la lluvia, la tormenta, mas nada es bastante, nada sirve, todo fracasa.

Preciso un remedio para llenarte. Tú solo conmigo somos ya dos extraños, al poco te sientes incómodo y con miradas torpes, huyentes, nos apartamos. Eres imperfecto como un buen amigo. A veces te enfureces, a veces la alegría te exalta. A veces gritas, y a veces callas. Te ocultas, vienes o por un tiempo escapas. Te llamo y acudes para en seguida fundirnos en un abrazo.

Escuchas, silencio; escuchas y callas. Pero a veces, ¡oh, cuántas veces!, hablas de esa forma en que los sabios hablan, sabios como el Tiempo o su hermana Edad que, casi arrastrándose, todavía avanza. Con tu experiencia antigua, conoces mis demonios, mis dioses y mis fantasmas; nada te escandaliza ni espanta.

Por eso mismo y por más veces que te grite “¡vete!”, por favor, nunca te vayas. Aguarda un instante y corre luego a abrazarme, envuélveme, recógeme, ocúltame, guárdame. Contigo, Silencio, trae al Tiempo, la Edad y el Recuerdo que necesito perderme en sus mantos, en sus amplios ropajes. Aunque mi llanto quebrante las entrañas de tu descanso, aunque mi alegría inestable sacuda de algún modo tu ánimo, nunca, nunca del todo te vayas.

Claustro de los Jerónimos - Lisboa

jueves, 1 de enero de 2009

Look, a new day has begun

Memoria:

¿Qué significa ese llanto, esa risa, ese desconsuelo, tanta euforia que te envuelve? Silencios, alboroto, murmullos y eco. ¿Qué ocurre, mi niña? ¿Qué es lo que se rompe dentro de ti que no encuentras modo de reconstruir los pedazos? No, no vayas a decirme que alguno se ha perdido. Oh, entonces juntas buscaremos, yo te ayudo, yo te guío, ilumino tu camino. ¿Es la casa de un amigo, el sendero junto al río, es un libro, una carta, o palabras que olvidaste? ¿Un perfume, un sonido o la voz que tu alma escucha cual si le hablaras tú misma?

No hay vacíos ni agujeros, ¿no ves que todo se llena, aunque sea con retazos? No hay oscuridad, no temas; asómate a la puerta hasta donde tus ojos alcancen.

Ven, toma mi mano, sírvete de mis brazos, recuéstate en mi hombro, alivia tu pena, llora el tiempo que precises, sonríe luego, háblame alegre. Recuerda, recuerda, sueña y anhela, vive, respira, aprecia, aprehende, toma, retén y para siempre conserva. Es la vida, es la vida. Mírala bien frente a frente. Abre la puerta y sal, un día nuevo te espera.