viernes, 11 de septiembre de 2009

Llora

—Claro, hoy soy yo, que no hago daño, que intento tan sólo ganarme unas monedas en cualquier calle… —el hombre que así hablaba era alto, joven y fuerte. Si uno se detuviera a examinarlo, si alguien se atreviera a mirarlo, hasta descubriría en su desaliño que era ciertamente guapo.
Sin amilanarse ante la presión de la gente que lo increpaba para que abandonara su calle, mejor aún, su barrio, repitió con voz carente de todo acento:
—Hoy soy yo, que no tengo más sustento que este instrumento que pretendéis enmudecer, como si no fuera de naturaleza propia afónica, casi agónica desde que nació… —miró con extraña ternura la vieja y estropeada gaita que reposaba a su lado, sobre el banco de piedra, y dijo:— Pero mañana puede ser usted… o usted…
Y aunque no señalaba a nadie en concreto, algunas personas retrocedieron ante su gesto, ante el tono de sus palabras, seguro y firme.
—Porque, claro, ninguno queremos ser perturbados en el que consideramos nuestro particular remanso de paz, ¿no es verdad? Pues me incomoda tu música, vete con ella a otra parte. Pero ignoramos, o no queremos comprender, que todos somos susceptibles de perturbar a alguien. Por la razón que sea, si no hoy, acaso mañana… quizá por tener la piel negra o haber nacido blanco, o quizá por una razón tan absurda como la de caminar encorvado, usar bastón o ser prematuramente calvo…
El hombre sonrió tristemente; acechaba la llegada de la policía anunciada por los vecinos. Sin miedo de la amenaza, sin embargo, se demoró en recoger unas pocas monedas revueltas en el envés de un raído sombrero de pana, las ganancias de la mañana. Se acomodó la gaita cual si fuera a hacerla sonar, y de pronto dejó caer unas notas que se desvanecieron en seguida en el aire, como lágrimas apenas derramadas.
Miró a su alrededor sin fijar tampoco esta vez la vista en nadie, no se avergonzaba, tan sólo eludía llevar en su recuerdo rostros que pudiera identificar más adelante, reconocerlos algún día en otras calles.
—¡Soy un pésimo gaiteiro! —exclamó—, pero lo soy de corazón.
Se alejó entonces calle adelante, erguido, sin permitir que su orgulloso porte revelara tristeza o desaliento, cansancio o derrota. Murmuraba palabras en apariencia inconexas, la estrofa primera de unos versos de Ruíz Aguilera que una niña reconoció al cruzarse con el músico en la calle a su regreso del colegio, versos que habría de recordar siempre, por perseguir el conocimiento de la respuesta al dilema:

Cuando la gaita gallega
el pobre gaitero toca,
no sé lo que me sucede
que el llanto a mis ojos brota.
Ver me figuro a Galicia
bella, pensativa y sola,
como amada sin su amado,
como reina sin corona.
Y aunque alegre danza entone
y dance la turba loca,
la voz del grave instrumento
suéname tan melancólica;
a mi alma revela tantas
desdichas, penas tan hondas,
que no sé deciros
si canta o si llora.


8 comentarios:

Carmen Neke dijo...

Has plasmado la historia de manera magistral y contundente, Wara, y tienes toda la razón del mundo en lo que se refiere a la creciente intolerancia hacia los demás en la que vivimos.

...Pero reconoce que un gaitero que no sabe tocar la gaita, tocándola durante horas seguidas debajo de la ventana de tu despacho, vuelve intolerante hasta al espíritu más permisivo!!! :)))

Wara dijo...

El gaiteiro ya no es como una aguja en el pajar, Neke; a la vuelta de mi casa, por ejemplo, es un mercadillo semanal... Y oyes de unas respuestas de la gente, unas reacciones tan desproporcionadas, que es lo que me da miedo pensando como pienso en lo fácil que es vivir y dejar vivir.

Pero, sí, sin duda reconozco que yo caería también de cabeza en el club de intolerancia si alguien lo creara.

Un abrazo.

Iván dijo...

Vaya, Warita, lo siento. A mi me encantan lo músicos callejeros, en serio, pero no sabes la gaita que daba, dos horas seguidas tocando lo mismo, es que tenia la gaita en el estribo, o en el martillo, oo en las trompa de eustaquio, o la de falopio, qeu se yo!!!!
Un beso gaitero para mi galleguiña preferida!!!!!
Iván

Wara dijo...

No te preocupes, Iván, sé de lo que hablas; ocurre que si lo que incordia es algo tan tuyo, pues... los comentarios al respecto, ay, ay, ay, como que duelen un poquito. Aunque no tanto que no pase, que una no es tan enclenque, eh.

Un beso.

Almudena dijo...

Uf, Wara. Mira que me has tocado la fibra en muchas ocasiones pero esta vez, esta vez te has superado.

Yo tengo un amigo que ha tocado en la calle durante años y esta situación que describes es un "deja vú".

¡Qué curioso! a mi el sonido de la gaita no me produce melancolía ni tristeza, más bien me levanta el ánimo, me alegra el corazón, me transporta al norte y me hace sonreir. Adoro ese instrumento.

Besucos.

Wara dijo...

Anjanuca, a mí me sorprendió de repente un recuerdo... un chaval de trece o catorce años soplando a pleno pulmón, haciendo sonar la gaita al atardecer, a un lado de la casa donde pasamos aquel verano, el único lugar donde también llegué a escuchar realmente el sonido de las olas y el mar. Es un recuerdo precioso pero triste por todo cuanto representa de pérdida.

Me alegra que te haya gustado el texto, un abrazo.

Malena dijo...

Mi querida Wara: Me abstraigo de si tocaba o no bien la gaita porque me inspira un respeto enorme. Puede que moleste si la toca mal pero es que es el representante, el receptáculo de unos sentimientos tan profundos que no te puede dejar indiferente.No sé si he sabido expresarme pero el cuento me ha "tocado".

Mil besos.

Wara dijo...

Todos estamos conformes en que lo que hoy nos molesta, en otro momento no lo hace, o que nos incordia menos si el sonido es agradable o más si el músico de turno es malo malísimo, como seguramente era el caso. Luego, están esos otros significados ligados a los sentimientos...

Besos, Malena, claro que te expresas bien.