miércoles, 17 de diciembre de 2008

Winter Solstice

Todo se lo daban hecho. Un día descubrió que aquella música que amaba, aquellos sonidos con nombres propios como Gillespie, Armstromg y otros que atesoraba en la memoria estremecían extrañamente su ánimo, y entonces decidió que era el momento de alejarse, de romper con todo antes de romperse él mismo. Para él no habría reconstrucción, los retazos de su alma se dispersarían y se perderían en los silencios de su música.

Eligió llevar esta vida de asceta, lejos de los lujos y el buen vivir que la ciudad le proporcionaba sin esfuerzo. Ahora había llegado a lo alto de la colina, y permanecería allí rodeado tan sólo por una fría noche brillante de estrellas, estrellas que observaban en respetuoso silencio cómo se preparaban genio y trompeta para la anunciada llegada del cometa. Era su tributo, su momento. Fugaz, sí, pero también eterno.
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