miércoles, 24 de diciembre de 2008

Aladino y la lámpara E.T.

Versión libre y sin subtítulos

Ocurrió aquella noche que a Aladino se le estropeó la televisión. Como no tenía idea del funcionamiento de un nuevo artilugio llamado “yotube y retuve”, no se le ocurrió nada mejor que echarse a la calle, que era especialmente lúgubre y larga, y conformarse con el entretenimiento más sano que se recomienda a toda la humanidad, esto es, caminar.

Pues caminaba Aladino con paso cansino, lento, incluso torpe, preguntándose qué aventuras correrían mientras tanto los protagonistas de su serie preferida cuando desde lo alto de un balcón alguien arrojó a sus mismos pies, calzados con gastadas babuchas, un objeto un tanto extraño que identificó como antiguo y así lo recogió y giró entre sus manos con cuidado y mimo. Y ocurrió algo maravilloso, aún más, portentoso: brotó una luz deslumbrante, formada por la combinación imposible de todos los colores existentes en el iris, y de entre esa luz comenzó a formarse como el contorno de una cabeza enorme y desproporcionada en la que sobresalía una boca amplia y un par de ojos negros e inmensos como dos bocas de horno; desde la garganta profunda brotaron las siguientes palabras:

—Mi amo, manda.

Nada más asomar aquel ser del interior del objeto que parecía no más que una lámpara de aceite —debía de estar más fría que caliente—, Aladino exclamó:

—¡Ostras! ¡Esto tendrían que verlo Mulder y Scully, pues no dudo les cae en su campo!

Y dicho y hecho: allí estaban los dos agentes del Federal Bureau Investigation (popularmente conocido como F.B.I.), los mejores expertos en asuntos que no se ven ni se explican y que, en consecuencia, se tratan y se esconden en burós subterráneos. Se les veía un tanto confusos, hasta perplejos, contradiciendo con ello su acumulada experiencia, pero Aladino no se fijó en el detalle, aunque de hacerlo ni siquiera se lo tendría en cuenta. De inmediato y como si hubiera esperado toda su vida aquel instante, Aladino expuso a los agentes americanos el meollo del portento.

—¡Es un mago! —exclamó Scully sin acabar de ponerse en situación.

—No, no, no. ¡Esto es un E.T. de origen impreciso e incierto! —repuso Mulder con su habitual énfasis y convicción.

—También puede ser el Fumador convertido en cenizas y humo —murmuró Scully un poquito fastidiada por la superioridad de Mulder.

—Quita, pongámonos de acuerdo para que no haya de mediar Skinner —aceptó Mulder, conciliador, y todavía añadió: — Si sólo tú te ocupas, los enviaré a Guasintón.

—¿A mí también? —quiso saber Aladino—. ¡Muy pocas veces he dado vuelta a la esquina…!

Scully apoyó brevemente la mirada en Aladino —la chica, en ocasiones, tiene un punto despectivo—. Tomó la lámpara de manos de Mulder y dijo con voz sinuosa:

—Me encargaré yo…

—Si es lo que quieres… Dana.

—Quiérolo, Fox.

—La verdad está ahí fuera —le recordó Mulder con la voz misteriosa de sus primeros encuentros.

—A lo mejor, sí… —intervino entonces Aladino, ya aburrido de escucharlos—, a lo mejor, no. Acaso esté en el fondo de la botella.

Captando el símil, el ente de la lámpara respondió sin precipitación, pero a Dana y Fox se los tragó. Y éste y no otro es el motivo por el cual la serie de televisión finalizó más o menos sin explicación, y es que ni de los actores rastro se encontró. Expediente X. File name o como en español se llame.

Aladino regresó a su casa cavilando, preguntándose si no sería cosa tonta esa de no pensar antes de hablar; si él lo hubiera pensado, los agentes del FBI no habrían venido, o habiendo venido, tal vez él podría haberles pedido que se dieran el beso imposible que nunca se dieron en televisión… ¡Qué tontería!, se dijo. La verdad es que tendría que haber pedido para sí riquezas y castillos, la atención de cierta joven muy bonita… ¡y mira qué desatino!

Abrazaba la lámpara antigua cual si fuera a escapársele, ya nada le sorprendía; la noche era hermosa y brillante, llena de estrellas y luna, ¡qué romántico! Pensó en la muchacha de la esquina, Halina, la de la tienda de sándalo y flores; y sin poder evitarlo, suspiró largamente por la niña:

—¡Halina, mi vida…! ¡Si tuviera una alfombra que pudiera volar, conmigo te llevaría a un lejano lugar!

Y el mago de la lámpara, que no era tan estricto ni apegado a la tradición, se encogió de hombros y dijo:

—Si con eso solo se conforma y nada más desea para ser dichoso…, ¡sea!

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