jueves, 18 de junio de 2009

Piedra preciosa que surca el cielo

… tristeza y dolor,
jaula también son.
- Canción de Basha
-


Por fin acomodado en el camarote del barco que le llevaría de regreso a Europa, Andreas Bastian volvió a meditar en su determinación de no comprarle ningún regalo a Basha. Cierto que ella había insistido en que no aceptaría nada, que le bastaba su promesa de que sería ésta la última vez que se separarían. Pero aunque él está dispuesto a cumplir dicha promesa, ahora no se siente capaz de regresar junto a su familia sin llevar una joya o piedra preciosa que acreciente una rica y selecta colección que le pertenece a él mismo más que a la infortunada Basha por cuanto ha sido él quien ha convertido en costumbre el adquirir en cada uno de sus viajes algún diamante, un zafiro, una perla o un cristal de roca… objetos de incalculable valor que Basha no toca siquiera, sino que ignora, a su manera pertinaz.
Es Drucilla, sin embargo, quien sabe cómo atemorizarlo, quien le habla de modo que en seguida tuerce la voluntad de Bastian, y al despedirse dos meses atrás le ha susurrado que no debe romper la cadena, que si lo hace, la vida de Basha se resentirá de alguna forma. Y Bastian se estremece al recordar la velada amenaza en la voz de su segunda esposa, su torva expresión…
Entre la espada y la pared, dividido por su amor hacia Basha y el temor que le inspira Drucilla, el anciano abandonó precipitadamente el camarote para deambular por un puerto con el que se ha ido familiarizando tras repetidos viajes de carácter falsamente comercial, y cuyo objeto —el verdadero, íntimo y secreto—, parece no ser otro que el de liberarse de una persistente e imprecisa sensación de atracción y repulsión hacia la vida que se sabe incapaz de abandonar. Por Basha, que lo retiene.
Anochecía ya, ningún vendedor ambulante arrastraba su mercancía, ningún comercio permanecía abierto en las enrevesadas callejuelas que nacían en los muelles y se perdían antes de alcanzar el centro de la pequeña ciudad. De pronto observó que incluso el ajetreo habitual del puerto se había desvanecido o silenciado como por ensalmo y tomó conciencia del peligro al que se exponía caminando solo por aquel laberinto con pretensiones de ordenada vecindad con sus casas y sus portales, cerrados y sumidos en la oscuridad. Fue entonces cuando tropezó con un hombre de cabellos y barba infinitamente blancos, sin duda mayor que él mismo; se rogaron mutuas disculpas, Bastian alegando una prisa motivada por la necesidad de adquirir un regalo para alguien muy especial y la inminente partida de su barco. Sin saber por qué, incluso mencionó su costumbre de adquirir las joyas…
El anciano de barba y cabello cano, que se presentó a sí mismo como Takumi, correspondió a la amabilidad de Bastian explicándole que lo valioso en su país eran los pájaros y que éstos, cual prenda de amor, representaban el más bello obsequio a ojos de la mujer amada. Por desgracia, dijo, el único ejemplar que llevaba consigo era este pájaro triste, enfermo y de agotado esplendor.
—Jamás canta ni nunca vuela —explicó Takumi con pesar—. Una calandria que ha hecho de su silencio su propia jaula…
Y de pronto, como en un arrebato, el anciano oriental ofreció graciosamente el pájaro al anciano europeo, seguro de que si éste se había arriesgado a no partir en el barco y posponer su reencuentro con quien le aguardaba impaciente, era porque sin duda amaba muchísimo a la destinataria del obsequio que buscaba.
—A nadie amo más que a Basha —admitió Bastian y por primera vez habló de ella con un extraño, de la profunda tristeza que la consumía y de la soledad en que se había encerrado. Finalmente dijo:— Es mi única hija.
Takumi inclinó la cabeza en un reverencial saludo a Bastian y le entregó la jaula donde languidecía un bello pájaro.
—Amigo mío, confío en que Basha y Riku se iluminen mutuamente —dijo, y sin que Bastian pudiera advertir cómo, el anciano oriental se desvaneció en las sombras de la noche.

Cuando comunicaron a Basha que su padre había regresado y, según todas las apariencias, con un voluminoso regalo, la joven se sintió decepcionada. No cumplirá su promesa, pensó; papá volverá a marcharse pronto y yo me quedaré sola una vez más. Entonces quiso echarse a llorar, pero los pasos de su padre en la escalera, lentos y cansados, le hicieron recordar su avanzada edad, la extraña soledad en que siempre había vivido pese a su matrimonio con Drucilla, fracasado desde el principio, y sobre todo, recordó lo muchísimo que ambos se querían. De modo que se dispuso a recibir a su padre con la habitual alegría, decidida a disfrutar de su compañía hasta que el anciano sintiera nuevamente el ansia ingobernable que con tanta frecuencia lo impulsaba a alejarse de su casa y su familia.
Después de besarla y abrazarla, Bastian ordenó que trajeran a la habitación de Basha su regalo, y cuando se lo puso entre las manos y la muchacha comprendió que no se trataba de una joya ni una piedra de incalculable valor, sino de un pájaro en apariencia tan débil, triste y enfermo como ella misma, sintió que de algún modo sus destinos estaban unidos.
—¡Es el regalo más hermoso que me has hecho jamás! —exclamó Basha, sin querer atender siquiera a las explicaciones de cómo su padre había encontrado a Riku.
Drucilla reclamó la piedra preciosa a la que Bastian les había acostumbrado, y al comprender que su esposo nada más había traído que aquel pájaro, le lanzó una furibunda mirada que, pudo observar, no causaba ya en el anciano el efecto amedrantador de antaño. Y de pronto, Basha rompió a reír, al principio a modo de torpes trinos, como si no supiera cómo hacerlo, como si nunca antes lo hubiera hecho. Y con las risas de Basha, Riku se estremecía y agitaba las alas…
—¡Riku, Riku! —cantaba y reía con el pájaro entre las manos. Llamó a Drucilla a su lado y le dijo con un tono no exento de ternura:— Riku significa piedra preciosa que surca el cielo. Y, sin duda, es la más hermosa entre las que papá nos ha traído nunca de sus viajes a lo largo y ancho del mundo.
Entonces pidió algo que ya nadie en la casa recordaba haber escuchado jamás en sus labios.
—¡Papá! ¡Abrid la ventana, que entre la luz! —dijo.
—¿Luz? —repitió el anciano, incrédulo.
—Riku la precisa para reponerse, papá.
Y por primera vez en los largos años que habían transcurrido desde la tarde en que Basha sufrió el absurdo accidente que acabó con la vida de su madre y que a ella misma la había dejado ciega, las ventanas de su habitación se abrieron al parque para que por ellas entrara la luz.

Joseph Jannsenn de Waerebeke
"A dreamy girl by a bird cage"
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué cuento tan precioso, Wara. Qué triste, también. Pero qué redondo. Se me ha puesto la piel de gallina y será que estoy últimamente sensible, porque me han entrado hasta unas pocas ganas de llorar.
Me encanta el padre, su tristeza, su gris, sus pasos lentos por la escalera, la niña, su final, el pájaro, la indiferencia que ya causa la esposa. Es un cuento muy hermoso, Wara.
Al principio, como trataba de viajes y de retornos, de joyas de regalo, me he acordado de Tierras de cristal, de Alessandro Baricco. ¿Lo has leído? Queda absolutamente recomendado. Además creo que a ti te gustan el mismo tipo de historias que a mí... y Baricco es un genio.
Un abrazo, Wara.

Wara dijo...

¡Fusa, me has descubierto, jajaja! Sí que leí el libro de Baricco, hace como un mes, y antes también Seda, donde me quedé con esa imagen de regalar pájaros... de ahí la combinación con las joyas.

¿Sabes? A veces es bueno sentir deseos de llorar. Lo malo es sentir miedo, como yo, que había empezado un cuento de miedo y me asusté a mí misma, imagina...

Besos, querida Fusa.

Dejame que te cuente dijo...

luz de vida que ilumina nuestra alma...
que bonito relato...
un abrazo wara

Wara dijo...

Muchísimas gracias, Fire, un abrazo.