viernes, 15 de mayo de 2009

Para no soñar

A su regreso de Lisboa, ella le espera impaciente, como siempre. Pero es tanto su cansancio que ni siquiera piensa en la posibilidad que desde hace un par de meses trata de asentarse en su mente en forma de certeza: ¿Ella le espera a él o aguarda tan sólo sus regalos?
—¿Qué me has traído? —pregunta tras el primer saludo, un beso esquivo, un abrazo apenas esbozado y ya frustrado.
Aunque no sabe gran cosa de ella y su pasado, tiene la seguridad de que ha vivido experiencias que no logra borrar, que la asaltan voces en la noche y rostros que la aterran. Duerme poco, siempre ya de madrugada, un sueño intranquilo, alterado, lleno de amenazas; alguna vez la oyó sollozar, rogar que no le cortaran las alas, que le permitieran volar. Por eso, pese a todo, a él le gusta verla revolver en la maleta, buscar, voltear el contenido sobre la cama, sin descubrir nada.
—Ahí, ese paquete azul —señala él su chaqueta sobre el respaldo del sofá.
Su gesto decepcionado ha logrado arrancarle una sonrisa cansada cuando ya los ojos se le cierran. La mira rasgar el papel que envuelve el regalo, cómo da vueltas al objeto que tiene entre las manos.
—¡Un libro! —exclama ella sin apenas dominar la decepción.
—Nunca he comprendido tu aversión a los libros —se defiende él, renunciando a meterse en la cama—. Además, no sabía que traerte ya, todo cuanto he mirado se repite en todas las ciudades. Compro para ti lo mismo que mis colegas a sus esposas, no hay nada espontáneo, original ni personal en mis regalos… ¡Y te aseguro que existen más libros entre los que elegir que collares, pulseras o relojes… vestidos o zapatos!
Se acerca a ella y la abraza dulcemente, tratando de razonar.
—Algunos libros son en sí mismos auténticas joyas. Hubo un tiempo en que yo leía mucho, ¿sabes? —confiesa por vez primera—. En los libros encontraba una puerta abierta a infinitos mundos… ¿Por qué los rechazas? ¡Abrelo, anda!
—¿Abrirlo? —repite ella.
—Sí, ¿por qué no lo abres y miras dentro de él?
Ella le devuelve el libro cerrado acompañándolo de una extraña mirada.
—Porque también yo leía… Pero no era libre —responde ella antes de darle la espalda—. Y por eso, y para impedirme soñar, me cortaron un día las alas. Las palabras ya no significan nada. Son sólo palabras.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay. Qué recuerdos. De libertad, de no libertad. De libros que no son libres. De los que sí que lo eran.
De la decepción de los regalos. Y de esperar siempre algo. De la desilusión. De caras que se aparecen, de miedos, de heridas que no se cierran.
De sollozos.

Qué recuerdos. Qué dolores.

Y cuánto me queda por leer, ahora, ahora que quiero, ahora que puedo, ahora que al abrirlo siento que sí soy libre, que no hace falta nada, sólo la imaginación. Y unas alas pintadas con un dedo en la espalda.

Un abrazo.

Wara dijo...

A mí nunca se me pusieron límites en cuanto a lecturas. Empecé a leer muy pronto y no dejé de hacerlo... ahora a veces me angustia pensar en lo que queda por descubrir. Alguien dijo que basta con un sólo libro y es verdad... llega para soñar y para conocer la libertad.

Besos, Fusa.