domingo, 22 de marzo de 2009

Viernes por la tarde

No trabajar el viernes por la tarde siempre fue algo así como una declaración de principios. Fíjate que ya en mi época de Instituto dejábamos las clases de latín y griego para el jueves porque el viernes era sinónimo de libertad. Pero, dime, ¿cómo le explico a la jefa mis razones sin que me responda el consabido lo tomas o lo dejas?

De modo que aquí estoy afrontando las horas más lentas, largas, e interminables de la semana. Estar sola en un edificio de cuatro plantas no templa precisamente los nervios, pero a mí me es indiferente; al final he decidido no hacer absolutamente nada, no mover un papel ni escribir una sola carta y venirme junto a la ventana. Me he sentado para mirar al otro lado del cristal, barcos y botes mecidos sin voluntad en un mar que se envalentona porque es invierno y amenaza con sobrepasar las barreras del muelle, allegarse a las casas y tal vez entrar en ellas y anegarlas como ya alguna vez hizo en el pasado.

Pese a todo, me gusta el día de hoy; desde la mañana amenaza tormenta y estoy segura de que en algún momento el cielo tendrá que ceder, no podrá contener esa furia… No sé cómo explicarte cuánto admiro a la Naturaleza cuando se manifiesta así, violenta, porque pienso que está en su derecho, ¿no estás de acuerdo? Seguro que no. Dirás que otra vez ando a vueltas con mis ideas extrañas… pero es porque no me comprendes, porque de la realidad sólo ves lo que tienes delante mientras yo intento implicarme y tomar parte. ¡Eh, eh! ¿Lo has visto? ¡Primer relámpago, intenso, brusco, como un latigazo en el aire…! Este sería el instante en que mi querida Tatá comenzaría a rezar el “Santa Bárbara, que en el cielo estás escrita…” para que proteja a los viajeros, a los hombres que están en la mar. Oh, sí, por favor, que no haya ninguna emergencia, que no suene la radio ni el teléfono, que no se produzca una llamada de socorro. Por favor, Santa Bárbara; es viernes, déjanos finalizar la semana sin novedad.

Me pregunto qué estará haciendo Toni, que hasta el sonido de un petardo la sobrecogía. Todo porque, envuelta en un miedo ancestral, a su madrina no se le ocurría nada mejor que arrastrarla consigo al refugio anti-tormentas en que llegó a convertir el hueco de la escalera de la vieja casa familiar; allí se pasaban la madrina y la niña el curso de la tormenta, a oscuras, abrazadas y amedrentadas. ¿Y aquella otra superstición de no abrir un paraguas dentro de casa? Por lo visto también atrae a la tronada. Nos reímos de tanta ingenuidad, ¿verdad?, incluso lo llamamos ignorancia, pero hasta tiene su encanto. Fíjate que Toni no recriminó jamás a su madrina por aquella mala costumbre, ni siquiera se la cuestionó; cuando ahora hay amenaza de tormenta, si es de noche, no duerme, se sienta en la cama e intenta leer después de haberlo cerrado absolutamente todo, puertas, ventanas, ruidos… resplandores. ¡Pero lo que daría por regresar a la seguridad que le ofrecían y garantizaban los brazos de su madrina en el hueco de aquella escalera!

¿Por qué estoy hablando de Toni y de todas esas cosas sin importancia? ¿Acaso porque la tormenta no se desarrolla sólo entre las nubes, sino quizá más intensa aquí entre nosotros, entre tú y yo? Sé que no vas a venir, y no porque la lluvia te lo impida. Sé que no vas a volver. Apenas distingo ya la línea del mar al fondo del muelle, la tormenta arrecia y la gente corre a refugiarse en sus casas. Si alguien me mirara desde el exterior, si se parara a contemplarme un instante detrás de estas enormes ventanas inundadas de luz en una tarde tan desapacible de invierno, pienso que la impresión que les daría sería la de un pez solitario, prisionero en una brillante pecera.

Pero hoy es viernes. Viernes por la tarde. Tiempo de libertad.

7 comentarios:

Gabriel Ramírez dijo...

No, no es tarde de libertad. Es tarde de recuerdos. Y esos son los que nos anclan a un pasado que encierra al ser humano en sí mismo. La peor de las jaulas.
Un abrazo, Wara.

Druida de noche dijo...

he recorrido el blog... me encanta.

Disfruta de tu solitario edificio de cuatro plantas...

besos

Wara dijo...

Hace unos días oí de pasada en algún sitio que los seres humanos somos los únicos que recordamos. Quizá se referían al valor que otrogamos a los recuerdos, no sé... Porque, si bien en muchas ocasiones nos lastran, también han contribuido a convertirnos en lo que somos.
Un fuerte abrazo, Gabriel.

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La verdad, Druida, es que existe en mi vida real un edificio de cuatro plantas que debe de seguir estando más o menos tan solitario como cuando yo lo frecuentaba. Pero ya no forma parte de mi día a día.
Besos.

Malena dijo...

Hola Wara. Me ha gustado tu escrito tan intimista. Has recreado un ambiente y al menos a mí me has hecho entrar en él.

Un beso.

Wara dijo...

Gracias, Malena, me agrada que te haya gustado.

Besos.

Antonella Cuevas Zambrano dijo...

Me gusta leer lo que escribes, en las palabras voy transitando contigo y me imagino en esas situaciones que describes...los viernes son especiales, se hacen largo porque lo único que queremos es Libertad..para mi marido el dia viernes es un recuerdo de su padre llegando más temprano a casa con golosinas...para mí, el viernes es el recuerdo de las visitas de mi abuela...
cariños

Wara dijo...

La verdad es que el viernes sí es un día importante, quizá porque anticipa el descanso del fin de semana, quizá porque representa en sí mismo ese descanso tras una larga semana...
El viernes es una promesa.

Antonella, muchos besos.