domingo, 8 de marzo de 2009

En lo bueno y en lo malo

Cuando se encontraron eran dos almas a la deriva, navegantes anónimos en su respectiva monotonía; él tan ignorante del mañana como ajeno al presente que lo rehuía feroz, ella entregada a su trabajo cual una causa honorable que debiera librar y portar por sí sola cual antiguo pendón.

Ya no eran niños ninguno de los dos. Sin tiempo para jugar ni tiempo que perder, ella encontró la forma de hacerle un hueco a su amor, aprendió a desear su cercanía y apreció la confianza, la seguridad de no ser ya uno solo sino dos. El, a su vez, la correspondía como indiferente y desapegado, disfrazados el deseo y la pasión. Pero, a veces, como en trance, salen de su boca precipitadas palabras de amor: Mi reina, mi gitana, el mundo tiendo a tus pies: los tesoros del cielo, la noche serena y el arenal, las estrellas del mar; las perlas y sus cuentas, una gota de rocío, los verdes todos y distintos, la noche y el amanecer, cada brizna de hierba, cada fibra de mi ser… Sabes que el hogar que habitemos pequeño y pobre debe de ser, pero he dispuesto para su techo amplia cúpula estrellada que brilla al anochecer…

Intenciones turbulentas bajo aspecto de bonanza le movieron a iniciar ese vertiginoso juego de las confidencias, del dime la verdad; la amenaza disfrazada de inocencia, un no pasa nada, un pozo en el que atraparla: cuántos hombres hubo antes que yo, a cuántos has besado y deseado, quién ha dejado huella en tu pecho, en tu vientre, en las líneas de tu piel… qué voz escuchas cuando te llamo, a quién recuerdas, en quién piensas y sueñas cuando duermes a mi lado, con quién me comparas, quién me ha superado, a quién besas cuando son mis labios los que encuentras al despertarte. ¡Ah, gitana, no me engañes…! Todas sois iguales, qué bien sabéis mentir, cómo nos hacéis creer que somos el primero y el único, o bien el último y mejor… Tanto empeño pones en negarlo todo que no puedo ya confiar en ti. Dime, confiesa, ¿te ves con Manuel, o acaso es Fermín?

Heridas disimuladas, una grieta en el corazón, dolor y llanto desbocado, un inclemente daño, la tortura interior. ¡Calma, calma! El tardío amor trocado en odio y pavor, mas paciencia, que no haya precipitación. ¿Merece otra ocasión…? ¿Le exige demasiado? ¿Le pide algo que no pueda dar? No, y mil veces no. Pasada la edad de soñar, aguarda de él complicidad, ternura, amor… Sólo alguna vez le pide que se adapte hasta encontrar algo mejor, una casa con tejado, una noche tranquila, a solas los dos ante el televisor…

En la salud y en la enfermedad, mi gitana… En la riqueza y en la pobreza, amor… En lo bueno y en lo malo… Será incapaz de repetir las rituales palabras y formalizar con ellas el compromiso, la unión. Se siente fuerte adoptando una determinación; impone la despedida, la separación, una ruptura, el adiós. Porque seguir juntos implica un destrozarse, autodestruirse sin compasión.

No me odies, ruega él al marcharse, pues no puedo evitar ser como soy, Y ella niega con un gesto de tristeza y cansancio antes de murmurar un inaudible: tampoco puedo yo.


2 comentarios:

Gabriel Ramírez dijo...

En fin... Esto no deja de ser un retrato muy certero de cómo funciona la cabeza en un hombre y cómo lo hace la de una mujer.
La única pega es que ahora siento frío. Mucho.

Wara dijo...

Si pensamos que así funciona la cabeza de algunos hombres, que no todos, tal vez ganemos en esperanza, ¿no?, al menos en lo que respecta a que ciertas situaciones puedan finalizar de forma civilizada sin tener que ocupar inevitablemente las páginas de los medios de comunicación.