lunes, 2 de febrero de 2009

El tapiz

Un inexpresivo mayordomo les precedió por largos pasillos y silenciosos corredores, sobresalientes por la exquisita decoración. Cuando se detuvieron ante la puerta cerrada de una estancia, percibieron al otro lado la música tenue de un piano, los acordes de una pieza que Marinna no identificó. Se volvió a su acompañante y murmuró quedamente:

—Sin duda se halla absorto en una nueva composición. Mi padre tan sólo se sienta al piano cuando…

—Eso me es indiferente —respondió el hombre con impaciencia; la codiciosa expresión de su rostro se avenía mal con su juventud.

—Lo sé —asintió la muchacha—. Sólo deseáis el tapiz.

—¿Percibo cierta recriminación? —preguntó el joven—. Si estoy aquí es porque se nos ha requerido para su tasación y posterior venta…

—¡En venta, jamás! —exclamó Marinna con voz entrecortada—. Tan sólo es preciso que os lo llevéis… pues la vida de mi madre depende de ello.

El mayordomo carraspeó discretamente y Marinna le indicó con un gesto que abriera la puerta. Entraron entonces en una habitación débilmente iluminada; gruesos cortinajes cubrían los altos ventanales y sólo unas velas a medio consumir proyectaban luces y sombras sobre el tapiz.

—¿Veis su expresión? —preguntó Marinna a su acompañante al tiempo que señalaba a la hermosa mujer representada en la tela. Al cabo, añadió:— Su esposo la odia tanto como antes la amó.

—¡El fuego…, las llamas la consumen! —exclamó el joven—. ¡Qué tormento tan atroz! Mas, disculpadme por no ver la relación… ¿Cómo puede ocurrir…?

—Mi padre, reconocido compositor, siempre ha encontrado en la música el medio más idóneo para reflejar la mudanza de sus sentimientos… cuando éstos eran nobles —explicó la muchacha—. Lamentablemente, ha descubierto cómo dotar a cada nota con un don que soy incapaz de definir, una terrible facultad que escapa a todo entendimiento racional… Su ira, su pasión, los celos y su amor, su mismo cansancio y abandono las regulan…

Marinna se acercó al hombre que se sentaba al piano con gesto perdido, demente, absorto en una composición dotada de una fuerza diabólica que iba en aumento; hizo ademán de abrazarlo pero se detuvo cual si de alguna forma temiera importunarlo o interrumpirlo, cuando resultaba evidente que su presencia le era ajena. Al visitante le sorprendió el aspecto del músico, al que recordaba joven y orgulloso, dotado de un especial atractivo entre las mujeres. Aunque ahora veía en él un anciano frágil y desmañado, apreció, sin embargo, que la torpeza de sus movimientos al escribir en el pentagrama una delirante melodía de silencios pronunciados y notas discordantes, no le impedía deslizar los dedos sobre el teclado del piano con su habitual virtuosismo.

—Cuando sentimiento y música adquieren determinada intensidad, mi madre experimenta el mismo y terrible tormento que las llamas causan a la mujer reflejada en la imagen que su amante pintó… —murmuró Marinna.

Apoyó las manos sobre los hombros del hombre encorvado obsesivamente sobre el piano sin que aquel manifestara reacción alguna de incomodidad o reconocimiento.

—Llevaos el tapiz, pronto —rogó la joven sin ocultar ya la urgencia de su voz—. Es cuestión de vida o muerte. Os lo he dicho: mi padre odia a su esposa tanto como antes la amó.


2 comentarios:

Calle Quimera dijo...

Intrigante tu cuento, Wara, lleno de fuerza y misterio.

Felicidades. Un beso.

Wara dijo...

Esta es una etapa que no sé si espero que pase; quiero decir que nunca escribí historias de este estilo, pero encuentro que me gusta hacerlo.

Gracias, Quimera. Besos.